miércoles, 22 de mayo de 2019

JOSÉ DE ESPRONCEDA: CANTO A TERESA

JOSÉ DE ESPRONCEDA: CANTO A TERESA
[1] ¿Por qué volvéis a la memoria mía,
tristes recuerdos del placer perdido,
a aumentar la ansiedad y la agonía
de este desierto corazón herido?
¡Ay, que de aquellas horas de alegría,
Le quedó al corazón solo un gemido,
y el llanto que al dolor los ojos niegan
lágrimas son de hiel que el alma anegan!
[2] ¿Dónde volaron ¡ay! aquellas horas
de juventud, de amor y de ventura,
regaladas de músicas sonoras,
adornadas de luz y de hermosura?
Imágenes de oro bullidoras,
sus alas de carmín y nieve pura
al sol de mi esperanza desplegando,
pasaban ¡ay! a mi alrededor cantando.
[11] Hay una voz secreta, un dulce canto,
que el alma solo recogida entiende,
un sentimiento misterioso y santo,
que del barro al espíritu desprende:
agreste, vago y solitario encanto,
que en inefable amor el alma enciende,
volando tras la imagen peregrina
el corazón de su ilusión divina.
[12] Yo, desterrado en extranjera playa,
con los ojos, estático seguía
la nave audaz que en argentada raya
volaba al puerto de la patria mía;
yo, cuando en Occidente el sol desmaya,
solo y perdido en la arboleda umbría,
oír pensaba el armonioso acento
de una mujer, al suspirar del Viento.
[42] ¡Oh! ¡cruel! ¡muy cruel! ¡Ay! yo entretanto
dentro del pecho mi dolor oculto,
enjugo de mis párpados el llanto
y doy al mundo el exigido culto:
yo escondo con vergüenza mi quebranto,
mi propia pena con mi risa insulto,
y me divierto en arrancar del pecho
mi mismo corazón pedazos hecho.
[43] ¡Oh! ¡cruel! ¡muy cruel! ¡martirio horrendo!
¡Espantosa expiación de tu pecado!
¡Sobre un lecho de espinas, maldiciendo,
Morir, el corazón desesperado!
Tus mismas manos de dolor mordiendo,
presente a tu conciencia lo pasado,
buscando en vano, con los ojos fijos,
y extendiendo tus brazos a tus hijos.
[44] Gozemos, sí; la cristalina esfera
gira bañada en luz: ¡bella es la vida!
¿Quién a parar alcanza la carrera
Del mundo hermoso que al placer convida?
Brilla radiante el sol, la primavera
Los campos pinta en la estación florida:
truéquese en risa mi dolor profundo…
Que haya un cadáver más ¿qué importa al mundo?
  1. ANÁLISIS
José de Espronceda Delgado (Almendralejo, Badajoz, 1808 – Madrid, 1842) es un estupendo escritor romántico español que la muerte arrebató en plena madurez creativa. De su vida sólo nos interesa recordar su amor fulminante y, al fin, malogrado, por Teresa Mancha, una joven que había conocido en Lisboa, en el exilio, en 1827. Tras un romance con sus altibajos, ella se casó con otro hombre en 1830. Después del regreso del exilio francés, Teresa abandonó definitivamente a Espronceda en 1838. Poco después, en 1839, ella moriría.
La obra de Espronceda es variada. En prosa: ensayo, artículos periodísticos, una novela histórica, Sancho Saldaña; en poesía nos dejó la magnífica leyenda El estudiante de Salamanca; y un variado y sugerente volumen de canciones del más puro estilo romántico, en el más noble y auténtico sentido del término). Uno de sus títulos poéticos más importantes es El diablo mundo (1840-1841, publicado por entregas), poema de largo aliento, inconcluso debido a su muerte prematura.
Estamos ante un poema filosófico y existencial, de contenido simbólico y alegórico. El hombre es un ser bueno, pero el mundo y la sociedad lo malean. Adán es el protagonista, un hombre mayor convertido en joven al que se le concede una segunda oportunidad. El canto II rompe la narración y se dedica al recuerdo dolorido de Teresa, la amada de Espronceda. En el canto III se recupera el hilo argumental y se interrumpe definitivamente en el VII y último.
Espronceda viajó y vivió en el extranjero, por lo que su conocimiento de la literatura romántica europea del primer cuarto del siglo XIX es exacto, puntual y de primera mano. La crítica considera que para componer su obra se inspiró en obras del mismo tenor de Lord Byron, Goethe, Voltaire y nuestro Calderón de la Barca. Se puede observar que estos autores nos dejaron importantes obras de tono filosófico en las que se discuten los límites de la existencia, el sentido de la vida, la difícil separación entre realidad y sueño, la frustración inherente al ser humano, el amor como fuente de felicidad y amargura, la muerte como destino final (de ahí la segunda oportunidad luciferina), la cuestión de la fe religiosa en el más allá, etc.
Observando la temática anterior, deducimos que la ambición artística de Espronceda es, pues, de gran fuste. Y la obra, inconclusa como está, es admirable y estimable. Nuestra impresión es que Espronceda no ha merecido toda la atención que merece sus magníficas composiciones. Estamos ante un poeta con unos hallazgos duraderos, con un excelente dominio de la métrica, el lenguaje y la retórica, y con una originalidad acusada. Más allá de su “Canción del pirata”, que los niños hemos declamado de memoria en las etapas infantiles de la escuela, existe un Espronceda hondo, sentido, auténtico y con gran sentido artístico.
El “Canto a Teresa” consta de 44 octavas reales (ocho versos endecasílabos de rima consonante ABABABCC) de impecable factura poética; en su conjunto, es un poema elegíaco de hondura, autenticidad y belleza. Comienza con un lamento amargo por la muerte de la amada, casi a modo de Ubi sunt? Luego recrea el nacimiento del amor, su desarrollo, parte de él a distancia, su ocaso y, en fin, la muerte difícil y no aceptada de la mujer. Las últimas estrofas se tornan más filosóficas y conclusivas y expresan, como al principio, la amargura inconsolable por el fallecimiento del amor de su vida. También se plantea el choque entre el individuo, incomprendido en su dolor, y la sociedad, o “el mundo”, que sigue adelante con sus risas y placeres. En el conjunto del canto, se observa un movimiento oscilante entre la expresión del dolor, auténtica y subjetiva, frente a una crítica del mundo, de tono sárcástico e irónico. Entre medias, las alabanzas o loas a la belleza etérea de Teresa, a sus virtudes espirituales, en un tono casi petrarquista y garcilasista, jalonan una composición elegíaca y, por tanto, dolorida.
Aquí hemos seleccionado siete octavas reales, del principio, del medio y del final; transmiten, creemos, una idea bastante completa del canto II. Comentamos a continuación sus rasgos literarios más caracterizadores.
La estrofa 1 consta de sólo dos oraciones, una interrogativa –de naturaleza retórica– y otra exclamativa. Expresan muy bien la amargura del poeta, que habla desde su intimidad herida. Los núcleos temáticos son “tristes recuerdos”, en la primera oración; y, en la segunda, “gemido” y “llanto”; son los sujetos de las oraciones respectivas. El poema nos hace ver que la amada ya está muerta y que son los recuerdos los que lo atormentan hasta más allá de las palabras, el gemido y el llanto; tal es la intensidad del dolor. Una metáfora feliz y muy expresiva nos permita ver la situación del poeta: “desierto corazón herido”; nos muestra así su vulnerabilidad y su soledad estéril.
Los verbos en presente de indicativo nos recuerdan que la experiencia es de ahora, nada del pasado, dolorosamente vigente. El poeta interpela con cierta acritud a sus recuerdos, ya que le provocan dolor. Es otro modo de transmitirnos su desesperación emocional. Otro rasgo estético muy significativo son las antítesis que aparecen en ambas oraciones; en la primera, “placer perdido” contrastan vivamente con “la ansiedad y la agonía”; es un modo de enfatizar lo que fue y ya no es. En la oración exclamativa, el sintagma “horas de alegría” se opone a “gemido y llanto”; otra vez, la felicidad pasada frente a la amargura presente. El último verso, “lágrimas son de hiel que el alma anegan”, nos presenta una metáfora personificada e hiperbolizada, que funciona casi a modo de epifonema, y que expresa vivamente el dolor inconmensurable del yo poético por la pérdida de la amada.
La estrofa 2 también ocupa los cuatro primeros versos en una oración interrogativa de carácter retórico –es decir, es un modo de afirmar— con una exclamación incrustada, que aumenta su efecto expresivo. El poeta lamenta la desaparición de las horas de “juventud, amor y ventura”: es un modo metonímico de expresar la edad optimista e irreflexiva donde todo iba bien porque debía ser así. Sin embargo, se fueron para siempre, como bien expresa la estructura del Ubi sunt? En la segunda estrofa, una poderosa metáfora personificada expresa la dicha del poeta con su amada: “imágenes de oro bullidoras” que pasaban a su lado transmitiendo alegría. Varias sinestesias (“Alas de carmín y nieve pura”) amplifican la significación poderosamente y nos permiten vislumbrar el estado de enamoramiento del yo poético. Los adjetivos epítetos abundan en todas las octavas; aquí vale la pena destacar uno especialmente hermoso y expresivo: “músicas sonoras”. El efecto de una melodía se amplifica y parece que retumba en nuestros oídos.
La estrofa 11 presenta un contenido muy distinto. Trata de expresar la comunicación del sentimiento amoroso, que recorre distancias para mantener en comunión a los enamorados. Diríamos que es una explicación de un acto de habla pragmático con consecuencias felices. Esta octava se centra en los elementos auditivos: “voz” y “canto”, formando evocadoras sinestesias: “voz secreta” y “dulce canto”: las ondas transportan la felicidad, captadas por el alma recogida, es decir, el amante en espera. Se trata de un “sentimiento” o “encanto” que, cuando llega a su receptor, el alma, se transforma en “amor” encendido. La consecuencia inmediata es que el corazón del amante vuela en la búsqueda de la amada, que ahora es “imagen peregrina”. La combinación de elementos auditivos y visuales es proporcionada y evocadora. Esta estrofa preludia y configura muy bien la poesía simbolista, a lo Rimbaud o Machado, de medio siglo después. Espronceda está abriendo campos poéticos nuevos que fertilizarán a finales del siglo XIX y principios del XX.
La estrofa 12 es ejemplo acabado del romanticismo más subjetivo y hasta ególatra: la repetición del pronombre “yo”, al principio de los versos 1 y 4 de la estrofa nos aclara muy bien el foco temático: el yo poético sumido en su melancolía, en el exilio; es un claro eco de la situación real de Espronceda en sus años de Francia. La nostalgia se ve aumentada al ver partir una nave camino de España, podemos deducir, y al sentirse solo en una naturaleza algo hostil (“arboleda umbría”). Y de nuevo una percepción auditiva metonimica (“armonioso acento”) lo transportan a la imagen de su amada, aunque sólo era “el suspirar del Viento”; las ilusiones no tienen fundamento y se frustan, dejando un rastro de tristeza amarga; esta bella personificación metaforizada nos revela su comunicación con la naturaleza y su ansiedad por la ausencia de la amada.
Las tres últimas estrofas del canto II presentan rasgos muy distintos a las anteriores: ahora son la rabia, el sarcasmo, incluso la violencia, los elementos que predominan. Las oraciones exclamativas se multiplican. El polo de significación principal es el yo poético en su penoso subsistir sin la presencia de la amada muerta. En la estrofa 42, las tres exclamaciones del verso inicial con la repetición de “cruel”, referido al fallecimiento de la mujer amada nos muestran un corazón agitado y desesperado. La repetición dos veces del pronombre “yo” y otras dos de “mi”, junto con los verbos empleados en primera persona nos revela que es de él de quien quiere hablar. Y lo que nos desea revelar es su rabia por tener que esconder su dolor desesperado (nombrado como “dolor oculto”, “quebranto”, “pena”) con dosis de rebeldía por tener que rendir tributo al mundo con una “risa” falsa. Su único entretenimiento es arrancarse el corazón hecho pedazos a la vista de todos. Se ha cansado de disimular y ofrece el espectáculo de su rabia desbordada con truculencia. El sarcasmo es evidente y chocante. Aquí podemos ver un modo de expresión muy próximo al que utilizaría Bécquer varias décadas después.
El primer verso de la estrofa 43 guarda un paralelismo casi perfecto con el primero de la anterior, lo que refuerza su carga dramática. Sin embargo, el contenido es más confuso y ambiguo. Los verbos y el determinante posesivo “tu” no sabemos si se refieren a ella, agonizando en un “lecho de espinas”, o al “corazón desesperado” del poeta. Parece que la interpretación más lógica es la que alude a ella. “Tu pecado” y “tu conciencia” parecen referirse a que la mujer abandonó al yo poético, esto es, Teresa a Espronceda. Se lo recrimina y, al tiempo, se lo persona. Entre la rabia y la cólera desbordada, lamenta la ruptura y más aún la muerte de ella. La expresión es muy dramática y plástica: “tus mismas manos de dolor mordiendo” y provocan un cierto estremecimiento lector. Las imágenes remiten a un dolor desbordado, de ella y de él, aunque por diversos motivos; ella, por morir; él, por perderla.
La última octava real, la 43, es un ejemplo perfecto de ironía y sarcasmo en dosis dramáticas. Por primera vez utiliza el verbo en primera persona del plural, cuando ya sabemos que eso no es posible, pues ella ya ha muerto. Todos los elementos parecen positivos, optimistas, felices: el “mundo hermoso” es una “cristalina esfera” que gira irradiando luz y alegría. El sol y la primavera también ayudan a este aparente estado de dicha sin fin, pues nadie lo puede detener. La exclamación “¡bella es la vida!” Da la medida de esta exaltación dichosa. Pero de repente, descubrimos los verdaderos sentimientos del yo poético cuando, en el penúltimo verso, son desvela que sólo era una “risa” ficticia que tapa su “dolor profundo”; la antítesis entre ambos sustantivos es muy viva y da cuenta del dolor irreparable. La suspensión del verso deja al lector en ascuas, como preguntándose a dónde se dirige el pensamiento del poeta.
E inmediatamente, el último verso nos presenta un sarcasmo amargo, pero irónico, pues su sentido es el contrario de la interpretación literal: “Que haya un cadáver más, ¿qué importa al mundo?” Es un modo, por parte del yo poético, de expresarnos que a él sí le importa, y mucho, pues está arrasado por el dolor de la pérdida. No todo sigue igual, no sigue la fiesta “del mundo hermoso que al placer convida”, porque, sencillamente, ella sólo es un cadáver. Y él, un alma dolorida e inconsolable.
Con el “Canto a Teresa”, Espronceda nos ha regalado un bellísimo ejemplo de elegía poética. Se han maridado perfectamente el clasicismo de la forma elegíaca, vertida en magníficas octavas reales, y un contenido romántico muy bien moldeado: intimidad subjetiva desvelada, comunión con la naturaleza, sentimientos predominando por encima de razonamientos, etc. Este canto debe figurar, sin duda alguna, entre lo más hermoso de la poesía elegíaca de la literatura universal.

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